LA SONORA DEL AMPARO PRODIGIOSO: HABLA LA CALLE

25 de enero de 2013

 

Extraños Parajes De Orín
(Huasipungo Records, 1996)


A todas estas calles que nos esperan con su misterio. Al barrio que nos cobijó siempre con amigos, y otras veces en silencio para conversar con uno mismo; una suerte de amparo después de luchar los días ajenos a nosotros, días de preceptos y normas hechas por anormales de estamentos creados por públicos pendejos”.

Premunidas de la consabida rebeldía -o si se prefiere, beligerancia- de quienes recién empiezan el camino, más aún tratándose de un grupo de música, las voces representadas en el texto citado dejan claramente expuesta una posición: la de lo cotidiano, lo que nace sin etiquetas en la cabeza, lo suburbano, lo popular entendido como contacto directo y no como formulaico esquematismo que busque el éxito por encima de todo... No podía esperarse otra cosa, tratándose del manifiesto primigenio de una banda adscrita a aquello que en los 90s se dio en llamar “rock mestizo”.

Al ser una forma de hacer música que adopta con naturalidad los matices típicos de cada país de la región, el también llamado “rock latino” siempre logró inmediatas conexiones empáticas con audiencias, digamos, mayoritarias. Ejemplos en la zona latinoamericana ha habido por montones. En el plano local, basta el caso del fundacional combo El Polen (1969) para corroborar que, las más de las veces, el “rock fusión” cosecha con relativa facilidad el favor del público consumidor. Obviamente, ello no implica que los grupos y solistas de esta tendencia sean, por default, muy buenos: es claro que ese vínculo espontáneo del que hablábamos se robustece gracias al uso de sonidos tradicionalmente identificados con nuestras raíces culturales. De ahí a ser buenos por sí mismos, más allá de tintes localistas, hay un mundo de distancia. Por lo mismo, jamás me han parecido especialmente notables actos como La Sarita, Los Mojarras o Uchpa; o autoproclamados semilleros como el del distrito limeño El Agustino (¿Tasmania? ¿Ala Delta? ¿Kamuflage? ¿Tabarra?, no, gracias).

Las formaciones fusionistas nacionales que podríamos tildar de imprescindibles son, pues, pocas. Por contraste, esas afortunadas excepciones han alcanzado un nivel más que remarcable. Al viejo grupo de los hermanos Pereyra, habría que sumar al a-estas-alturas-colectivo Del Pueblo Del Barrio, a los hiperactivos muchachones electropicales de La Mente y, por supuesto, a la alineación que protagoniza esta remembranza. Aunque salida de las “canteras” de El Agustino, ciertamente desde sus inicios La Sonora Del Amparo Prodigioso ha trajinado muy por delante de sus compañeros de barrio abroquelados tras el acrónimo G.R.A.S.S. (Grupos Rockeros del Agustino Surgiendo Solos). Y eso es un hecho.

Rejuntados durante la primera mitad de los 90s, LSDAP buscó desde el saque plasmar en sonido esa mestiza identidad peruana a la que tanto se ha aludido en estas líneas. Haber armado un estilo personal sobre la base de semejante rompecabezas auditivo, en la senda de la mancha del gran Piero Bustos y compañía, pero mucho más fresco y vital; fue su principal argumento en la ópera prima Extraños Parajes De Orín. Semanas antes de su lanzamiento, el sexteto se había dado a conocer a través del artefacto recopilatorio Grito De Batalla (Huasipungo, mediados de 1996), orquestado ex profeso para distribuirse con la onceava edición de la recordada revista Caleta. Allí colaban lo que parecía ser la “versión demo” de “Silenciar Un Buen Lugar”, tema sobre el que volveremos más adelante.


Poco antes de editado el debut, los había visto en vivo en la desaparecida Concha Acústica del Parque Salazar. Al escuchar la cinta, me quedó la impresión de que ésta no lograba capturar la fuerza interpretativa de la que la Sonora hacía gala en directo. Diecisiete calendarios después, creo que ese detalle no menoscaba el fulgor que EPDO ha adquirido con los años. Imbuido el cassette de una vivificante propuesta mestiza, no brillante de cabo a rabo, pero casi siempre cumplidora; son la voz y la composición de Juan Camargo (a) Chino  Echenique  los hilos  conductores que durante  cerca de  45 minutos nos abren paso por entre la nutrida base rítmica -compuesta de chicha, salsa, rock, bolero, reggae y ska. Este background esgrime además el plus de una guitarra eléctrica interesante y el de unos teclados deliciosamente kitsch (cortesía de Juan Carlos Franco) en dosis precisas.

Dividido en dos segmentos bautizados “Cielo” y “Tierra”, correspondientes a los lados A y B respectivamente, EPDO bucea, desde las propias vivencias volcadas en las letras; en el submundo de los marginados por la sociedad -pero también en el de los marginales a aquella, es decir, el de quienes han elegido voluntariamente el exilio. Es el caso de “Niños”, donde Echenique ataca calle en medio de una fusión que sabe a puritito arroz con mango, o el de “El Deseo A Escondidas”, en clave sorprendentemente más “ortodoxa”. Justo esta última pieza, netamente rock, precede al lunar de la cinta -por lo insólito, no porque sea una mácula deshonrosa. Me refiero a “Soportar El Frío”: notas sintetizadas bien oscuras para una composición más que próxima al dark/wave de los lejanos 80s.


Desde luego, no podemos dejar de mencionar los otros puntos en alto cuyos fundamentos se ubican en territorios del mestizaje. “No Hay Pasos En La Calle” es un número de velado roots reggae diametralmente opuesto a “Carolina”, cercano al pop, que grita una fuga entre skatalítica y cumbiera. Pero si debemos quedarnos con un solo tema de entre los ocho dispuestos aquí, elegimos la apertura. “Silenciar Un Buen Lugar” se desempeña como resumen de todas las virtudes de LSDAP -y es mucho más que eso: una aleación de chicha y dark (letra plagada de conmovedoras figuras simbolistas), que luego evoluciona hacia un híbrido de cumbia y rock, enyuntado a teclados portentosamente kitsch, da un paso atrás y remata sus 7 minutos y pico con una coda salsera; todo ello lleno de swing barriobajero y sentimiento a flor de piel. Acierto definitivo de Camargo (voz y guitarra), Franco (teclados), Marco Antonio Fernández (bajo), Danny Tayco (batería), Dante Guanilo (timbales) y Carlos “Kilo” Franco (huiro, bongós y congas).


Después de esta jornada, el sexteto se desintegra -cosa rarísima, porque allegados a la banda me comentaban que había mucho más material ya trabajado, y que el menú de EPDO no era precisamente el mejor que pudo haberse escogido. Su principal impulsor, Echenique, viaja a vivir a Suiza al alborear el nuevo siglo. No se tendrían más noticias de ellos hasta el año 2005, en que, tras el rearme de rigor motivado por el retorno de Juan; se edita un epónimo EP de cinco temas (dos nuevos, tres viejos vueltos a grabar), lanzado con el número 6 de la revista Freak Out! A fines de ese mismo año, se le da luz verde al segundo trabajo largo de LSDAP, Procesión (Sponge Records). La impresión general es buena, sobre todo considerando que se trata del reentré frente a audiencias que no los habían escuchado casi 10 años atrás, pero las nuevas versiones de los temas que se rescatan del primigenio cassette no están a la altura -en especial la de “Silenciar...”, que reemplaza los maravillosos teclados por un aséptico saxo sin fibra.


Echenique amaga en plan solista con Lluvia De Flores (Sponge Records, 2008), antes de reformar por enésima vez la banda y publicar Suburbios Del Alma en el 2010, ahora bajo la denominación Shenike Y La Sonora Del Amparo Prodigioso. No he tenido la oportunidad de degustar estas dos producciones, pero conociendo al Chino como lo conozco, me imagino que seguirá refrendando con su música y la de la Sonora aquello que suscribiesen cerca de veinte años atrás: “Es nuestra música que irá transitando en una guitarra la ciudad. La ciudad transitando su sonora vida y muerte, esos manifiestos actos y representaciones de fanfarria y ritos en este pequeño universo del cual somos testigos”.

Hákim de Merv


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