THE JON SPENCER BLUES EXPLOSION: THE BLUES IS NUMBER ONE

3 de febrero de 2012

 

Orange
(Matador, 1994)


Recuerdo que, en algún momento a mediados de los noventas, o tal vez unos meses más adelante (la memoria ya me falla), algunos de mis amigos y yo repasamos lo mejor que habíamos llegado a escuchar durante nuestra etapa escolar  (habiendo  transcurrido  toda la secundaria -nuestro verdadero periodo de despertar musical- en  plena  eclosión de lo “alternativo”). Mientras tratábamos -muchas veces sin éxito- de manifestar nuestra reticencia hacia algunas preferencias de un pasado infantil no tan lejano, llegamos a darnos con la no sé si sorpresa u obviedad de que fueron pocos los discos o grupos manifiestamente punkekes o con cierto afecto hacia el blues a los que nos sometimos. Géneros, en mi caso particular, a los que iba entrando poco a poco, uno a la vez, uno al mes, o quizás al año.

La inmediatez de la tecnología nos permitía ya en esa época el ripeo y la copia de discos en CD-R, fomentando una genuina curiosidad musical; y la no-tanta-independencia- económica de esos fines de semana a veces auspiciaba viajes a esos lugares donde sabes que puedes conseguir la música que sabes que te puede gustar. Aventurarse a “probar” algo más allá de tus límites autoimpuestos era, pues, bien recibido -casi una praxis en común. Así, sumado al aún remanente de videos propalados en uno que otro espacio televisivo, llegué a ver y escuchar a la banda de Jon Spencer. El gusto fue inmediato. Más aún cuando me di cuenta que Beck formaba parte de su Blues Explosion. Bueno, eso parecía.

Cuando me agencié el Orange por los medios ya conocidos, entendí muy bien por qué (hasta ahora) no tengo un gusto purista por géneros puristas. Es decir, me gusta Pink Floyd, pero no soy fan del “progresivo”. Me gusta el Orange, me gustaba entonces y lo sigue haciendo, pero se mantiene mi dificultad en escalar por las ramas de donde desciende aquello que inspiró al trío a parir esta rara joya. E incluso, en su momento, polémica. Digo, el típico disco del típico blanquito educado-pero-políticamente-incorrecto que toma “prestado” elementos de la música negra (blues, R&B y soul) para hacer su rock. En fin.






Una vez que el disco empezó a girar, no hubo mucha resistencia que pudiera enfrentarle. Con esa inmediatez propia del punk que agradezco, “Bellbottoms” (anglicismo netamente británico para los pantalones de campana) se establece como uno de los arranques más explosivos que se hayan escuchado en los noventas. Esa apertura fulminante, la parada posterior, el speech del propio Spencer (además de sus gritos), la base rítmica a punta de golpes de bombo... Un deleite para cualquier oyente. El resto del disco fluye con bastante humor y energía, en todo caso, sin tomarse en serio y con mucha dinámica; entre números dance-punk (“Ditch”, “Dang”) e instrumentales (“Very Rare”) que se intercalan con prolijidad, despreocupación y bastante inteligencia. Si quisieron zurrarse o no en la tradición... me tiene sin cuidado. Se disfruta igual.



Si bien es cierto para quien esto escribe lo que sucede después en la placa no llega a superar esta muy alta valla, sí logra formar un conjunto de canciones sólidas, coherentes, y con el atractivo suficiente como para escuchar el disco de un buen tirón. Son notorias las ganas de llenar, de empapar las canciones de cierto experimentalismo sonoro (aunque en algunos casos, lo más preciso sería decir “ruidoso”), como en la extensa y cimbreante “Flavor”, con la participación del siempre inquieto Beck, pero sin llegar al punto donde éstas se enturbien por completo -lo cual es saludable, sobre todo si tenemos en cuenta que el trío es capaz de ir de lo estridente y/o (aparentemente) desordenado a números más “difíciles”, demostrando que su espectro puedo abarcar una buen porción de terreno musical en algo más de media hora (gran cierre instrumental con “Greyhound”). Sí, hablamos básicamente de un disco de blues rock (“Sweat”), directo como debe serlo (los títulos, salvo un par, no tienen más de una palabra), y reconocible por una vocalización irritante (“Cowboy”), pero que ¡pum! enfila el golpe derecho a la cara.


Las referencias al pasado no se quedaron en la mera anécdota. Orange sale del nombre de la marca de amplis vintage que seguro alguna de tus bandas favoritas todavía sigue usando (y que a ti te gustaría comprar). El antecedente directo de Pussy Galore no es algo que deba pasar desapercibido. Ese aura de Elvis thrash del buen Spencer no es casualidad (“Full Grown”). Su estela va desde el Exile In Main Street de The Rolling Stones hasta los primeros discos de White Stripes. Imposible perderse siguiendo esa trocha.

Cristhian Manzanares


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(en Treble).


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