SLINT: NOSFERATU ROCK

22 de marzo de 2010

 

Spiderland                                                                                                                         (Touch & Go, 1991)

Para cuando la adolescencia nos alcanzó, en los primeros meses de 1990, poco o nada se sabía de Seattle. Eran los tiempos de nuestros debutantes escarceos en la secundaria, tratando de encajar, buscando algo con qué sentirnos en absoluta sintonía. La música parecía ser la mejor opción. Pero, claro, la buena música: ésa que aún se podía encontrar en radios-rock y uno que otro programa de la televisión abierta. El aluvión “alternativo” llegaba y se instalaba en nuestros gustos y oídos. Qué otra cosa podíamos pedir. ¿Acaso más? ¿Es que existía algo incluso mejor que las bandas que rugían el “buen” rock desde Seattle?

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Pues sí. Esos primeros días de eclosión grunge nos mostraron la punta de un iceberg que todavía hoy sigue  siendo  enarbolada como lo más  innovador del “rock-de-todos-los-tiempos” -pero que, simplemente, funciona como el dedo tratando de tapar todo un mar de verdaderas gemas musicales. Las había en Kentucky, por ejemplo. En Louisville, para ser más exactos. Cuatro imberbes que venían de donde nadie esperaba, haciendo lo que nadie hacía, llegando hasta donde nadie llegara antes...

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Bajo el nombre de Slint, el cuarteto edita Tweez (Jennifer Hartman Records) en 1989, disco sin un “sentido” compositivo, que por momentos recoge ciertos artilugios del hardcore, pero que mantiene esa tensión que posteriormente serviría para, en una exploración más vital, generar una auténtica obra maestra. Tweez es abstracto, un recién nacido que mama del acid rock y del progre (si bien con ciertas restricciones auto-inducidas), aferrándose a las guitarras como un náufrago a su tabla, y que ya a tan tierna edad evidenciaba una perentoria inclinación hacia las estructuras innovadoras. Lo que vendría luego sería el ahondar en la grieta que ellos mismos se abrieron. A pesar de que la unidad no parece tal, siempre permanece cohesionada: era como ver a un científico que, aunque en apariencia desaliñado, realiza el experimento más difícil de su carrera... y grita al final “¡eureka!”.

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Slint lanza Spiderland en 1991 -año que recordamos porque nos regaló dos de los mejores y más influyentes discos de la década: Loveless (Creation) de My Bloody Valentine y Nevermind (Geffen) de Nirvana. El segundo largo del cuarteto de Kentucky encaja en esta “categoría” porque sobrepasa los límites del grunge y/o rock alternativo, instalándose en el cacumen de futuros innovadores del rock -que tal vez también se encuentren entre tus favoritos- como Thom Yorke y Jeff Tweedy. No obstante, a pesar de su bien ganado prestigio, parece que el testimonio definitivo de Slint nunca trasciende el oscurantismo del fan obseso, dado que no está en boca de la mayoría de revisionistas de la música ajenos al mainstream noventero. Spiderland es un álbum lóbrego, taciturno, cimbreante, pletórico en guitarras y letras avant-garde; un nuevo lenguaje en la tierra donde todo comenzaba a decirse de la misma forma por todas partes.

Los tiempos muertos del Spiderland resucitan bañados en un diluvio sonoro que instaura el nuevo orden, en un manifiesto zigzagueante e irregular sobre lo que el rock debía ser. Ahora moneda común, para el año de su lanzamiento aquella dinámica sónica resultó harto provocativa, yendo de lo más calmo al límite de lo estridente en una misma canción (entonces algo francamente notorio e inusual). Es ese subrayado en la tensión de los temas lo que generó la veneración que todavía les profesamos. La guitarra de David Pajo se atrinchera hostilmente, Brian McMahan grita como desquiciado cuando no susurra con sutileza, la teba de Britt Walford es funesta pero sin demasiado protagonismo -sentimos su pálpito en cada track, es inquieta, azarosa, como previendo la tormenta que se avecina pero sin abandonarse a ella cuando estalla. Todos estos elementos aportan la magnificencia necesaria para hacer inolvidable la experiencia sónica casi suicida de Slint. No están felices, no pretenden serlo mientras cantan o tocan. No parece haber un horizonte feliz adelante. Estamos frente a un espiral, de lo menos depresivo (el fenomenal arranque de “Breadcrumb Trails”) a lo más catártico (“Nosferatu Man”).

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Spiderland no atenúa  los logros  del Tweez, sino que muestra a un  grupo  que  tuvo para  dar  mil  veces  más,  que  realza  la  búsqueda  de  un  ritmo  desconocido -fracturado, discordante, desorientado: contundente, en suma. La banda se reinventa, pero no deja atrás el legado que la llevó a alcanzar sus logros. Emocionalmente, el disco es bastante expresivo para un género como el rock, cuya proclama se debatía entre lo indefinido (ya sea el indie o el shoegazing de la época) y el estereotipo, pero nunca hablaba sobre un sentimiento “real”. Lo alternativo comenzaba a hacer ebullición y Slint aporta su cuota estupendamente, maridando una impecable ejecución con prodigiosas composiciones a niveles difíciles de rastrear en aquellos primeros meses de la última década del siglo XX. Aquí comenzó toda una veta musical, para bien o para mal, así ellos mismos no lo hayan deseado.

Definiendo los cimientos del llamado “math rock”, Spiderland enhebra melodías enrevesadas, extraños (a la vez que calculados) movimientos, con la total intención de plantear un nuevo escenario musical sobre elementos ya reconocibles y recorridos. Disonantes adrede, flirteando con el noise sin llegar al extremo del ruido blanco ni al caos sonoro de obras incluso contemporáneas, Slint ya sabe cuál es el sonido que quiere lograr. Así, Spiderland funciona como su método científico: un sonido que, sin ser pulido, llega a remecer. No se sacude del polvo del caos, sino que vuelve atractiva la disonancia. Quejumbroso y distorsionado por momentos, pese a que su aproximación no es inmediata, el resultado frente a su exposición termina por ser, a la larga (y a pesar de su longitud -más de 5 minutos ¡todas! las canciones-), inapelable. Palmas a su productor.

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Original. Histórico. Seminal. Una grabación que sentó las bases de obras colosales que luego producirían Tortoise, Mogwai, Godspeed You Black Emperor (y, en menor medida, Explosions In The Sky y demás firmas); y que nos enganchó a un género, con tal arranque, que no se digna -ni tendría por qué- desaparecer.

Christian Manzanares

ESCUCHA EL SPIDERLAND AQUÍ

ENLACES RECOMENDADOS

http://thepowerofindependenttrucking.blogspot.com/2010/03/life-changing-records-slint.html (en The Power Of Independent Trucking Music And Thoughts... Mostly Music Though).

http://rockmatapop.blogspot.com/2009/07/slint-spiderland-1991.html (en Rock Mata Pop).

http://musicaparaepigrafes.wordpress.com/2009/03/20/slint-spiderland-1991/ (en Música Para Epígrafes).

http://fantasmasytormentas.blogspot.com/2009/07/slint-spiderland.html (en Fantasmas Y Tormentas).

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