JULIO RAMÓN RIBEYRO: ENTRE EL SILENCIO Y LA PALABRA

8 de diciembre de 2009

 

Julio Ram ¦n Ribeyro-10¿Quién hubiera previsto que aquel jovencito callado, por añadidura precoz, alcanzaría un sitial preponderante dentro de la literatura peruana y latinoamericana? “Se puede ser una nulidad a pesar de una estirpe ilustre, e inversamente un hombre excepcional nacido en un medio humilde e iletrado (...) Mi vida no es original ni mucho menos ejemplar, y no pasa de ser una de las tantas vidas de un escritor de clase media nacido en un país latinoamericano en el siglo veinte”. A través de este testimonio despiadadamente autocrítico, el autor de La Palabra Del Mudo nos confiesa con espartano rigor la situación de un intelectual auto-marginado, para quien el éxito no era ni una prioridad ni una meta. Más bien, es su voluntad de afirmar la propia vocación literaria la que se descubre férrea. “Soy un escritor tímido, reservado, laborioso, honesto, ejemplar, intimista, pulcro, marginal, lúcido: he allí algunos de los calificativos que me ha dado la crítica. Nadie me ha llamado nunca gran escritor. Porque seguramente no soy un gran escritor”. En este año que termina, conmemoramos los ochenta calendarios del nacimiento del ilustre cuentista peruano. Ahora lo recordamos con el rostro de su obra, discreta e inapresable; como el hombre solitario que quiere estar de paso y que, aún así, no puede dejar de ocupar un bien merecido lugar en la posteridad.

EL INTELECTUAL ESMIRRIADO

Nacido en Lima en 1929, Julio Ramón es hijo de Julio Ribeyro y Mercedes Zúñiga, el segundo de cuatro hermanos (dos varones, dos mujeres). En su niñez vive en Santa Beatriz, y luego se muda a Miraflores, un barrio residencial de la burguesía peruana de aquellos tiempos. Recibe su educación escolar en el colegio Champagnat de Miraflores. La muerte de su padre lo deja muy afectado, hecho que complica la situación económica de su familia.

Posteriormente, Ribeyro estudia Letras y Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú, entre los años 1946 y 1952: allí donde conoce a Pablo Macera y Alberto Escobar, entre otros jóvenes con intereses intelectuales y artísticos. El futuro escritor inicia su carrera con el cuento “La Vida Gris”, que publica (1948) en la revista Correo Bolivariano. En 1952, gana una beca para estudiar periodismo gracias al Instituto de Cultura Hispánica, que le permite viajar a España y luego a Francia, Bélgica, Polonia, Italia y Alemania.

Otro viaje en barco a Barcelona y de ahí a Madrid, donde el peruano permanece un año y hace estudios en la Universidad Complutense de dicha ciudad. También escribe algunos cuentos y artículos. En 1953, se muda a París para seguir algunos cursos en La Sorbona -en el interín, escribe su primer libro, Los Gallinazos Sin Plumas, considerado entre sus más perfectos textos. Entre 1955 y 1956, Ribeyro permanece en Munich, donde escribe su primera y mejor novela, Crónica De San Gabriel. De allí regresa a París y luego viaja a Amberes, donde trabaja en una fábrica de productos fotográficos. En 1958, regresa a Alemania y permanece un tiempo en Berlín, Hamburgo y Frankfort del Mena.

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Durante su estadía en Europa, Ribeyro tiene que realizar muchos oficios para sobrevivir: a los ya enumerados, deben añadirse los de reciclador de periódicos viejos, cargador de bultos en el metro, conserje, vendedor de productos de imprenta, etc. Vuelve a Lima en 1958, y con prontitud consigue una cátedra en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, en Ayacucho.

1960 lo encuentra de nuevo en París, trabajando para la agencia periodística France Press, y luego como consultor cultural y embajador para la UNESCO. Se casa con Alida Cordero, con quien tiene un único hijo. En 1973, Ribeyro se opera por primera vez de un cáncer pulmonar, enfermedad que lo obliga a seguir un largo tratamiento. Debido a este motivo, escribe un libro titulado Sólo Para Fumadores, en el que describe sus vanos intentos por dejar el tabaco y continuar su vida como amigo, esposo, padre y escritor. Julio Ramón Ribeyro fallece el 4 de diciembre de 1994, días después de obtener el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.

 LA TENTACIÓN DEL EXILIO

El conjunto de sus cuentos se halla reunido en el libro La Palabra Del Mudo, que fue ampliándose a lo largo de su carrera y suma actualmente cuatro volúmenes. Con sus obras, aparecidas a partir de la década de 1950, la corriente denominada “Realismo Urbano” logra su pleno desarrollo en el Perú, abriéndose espacios para las obras de los autores nacionales adscritos al Boom Latinoamericano, como Mario Vargas Llosa y el hoy cuestionado Alfredo Bryce Echenique. Ribeyro, sin embargo, prefirió vivir alejado del llamado Boom. “Me molesta la fama en parte, porque no me permite pasar desapercibido, me saca del anonimato en el cual me gusta vivir”.

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Los personajes de sus historias, frecuentemente pertenecientes a la clase media y baja ascendente, se encuentran ante situaciones de quiebre y fracaso -muchas veces condensadas en pequeñas tragedias personales y/o cotidianas que se articulan con los discursos en constante pugna: el racismo, los rezagos de una Lima colonial anquilosada, la migración campo-ciudad; así como con sentimientos concretos como la soledad y el fracaso.

Primero pesimista. Ya más maduro, escéptico e irónico: “Toda la gente me considera un escritor muy sombrío, muy trágico, es decir, pesimista, cuando hay, yo creo, cosas muy divertidas. Yo me divierto mucho cuando escribo”. Ribeyro hace coincidir sus historias y su estilo narrativo con una muy peculiar manera de ver al hombre, la vida y la literatura: “(el hombre) es un animal solitario, si cree en algo se engaña, si procura algo fracasa, la vida es un juego irremediablemente destructivo; la (vida) de la humanidad, un melancólico disparate”. En cada uno de sus cuentos, un personaje sufre el sinsentido de la vida porque, al fin y al cabo, el autor opinó siempre que “la vida no tiene sentido y, por tanto, no hay que empeñarse en buscarlo”. Escritor marginado, existencialmente hablando exiliado, que escribe por placer (sin pretensiones morales o sociales); Ribeyro desaprueba la experimentación, abdica de las ideologías, es ecléctico en cuanto a las teorías estéticas, sobrio en su presentación formal, huye de lo institucional con todos los sentidos de la vida y el pensamiento, desconfía de la revolución y sus buenas intenciones y métodos. En pocas palabras, Ribeyro es tan desarraigado como sus personajes, privilegia únicamente la relación con su propia interioridad.

Generoso con sus amigos y con escritores jóvenes, Ribeyro nunca tuvo enemigos y fue siempre muy valorado por sus contemporáneos. Solía decir con franqueza: “únicamente me basta que cualquier amigo posea una sola cualidad para considerarlo realmente mi amigo”. Luego de ser confirmado como embajador ante la UNESCO a finales de los 80s, fue injustamente atacado por su compatriota y amigo Mario Vargas Llosa en su libro de memorias El Pez En El Agua. Paradójicamente, Vargas Llosa ha alabado sin cesar la obra literaria de Ribeyro. La relación entre ambos autores, que compartieron piso en París, ha sido compleja y llena de misterios.

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Ribeyro fue asimismo un autor prolijo. Escribió obras tanto en cuento como en novela, teatro, autobiografía y numerosas obras que no admiten clasificación alguna. Por ello, es considerado uno de los escritores más importantes y leídos del Perú y Latinoamérica. Ribeyro es un gran escritor no porque su fama esté ahora en crecimiento, o porque su publicidad después de muerto haya aumentado considerable. Lo es porque pone la obra por encima de cualquier otra tendencia, sabiendo siempre que al hombre lo desfigura la transitoriedad y toda obra se configura en la permanencia. De ahí que afirme: “Lo que quedará de mí será lo que escribo, y todo lo demás (…) carece completamente de importancia. Debo hacer lo único que sé hacer más o menos bien, lo que me agrada hacer y lo que otros no pueden hacer en mi lugar: escribir mis historias boludas o sutiles, hasta reventar”. Y sigue: “El más insignificante de los hombres deja una reliquia -su pantalón, su medalla- pero son pocos los que dejan una obra. Por eso las reliquias me deprimen y las obras me exaltan”.

En síntesis, a decir de José Antonio Bravo, hay que considerar a Ribeyro un escritor marginal no por los temas que elige, sino por su condición de creador alejado de los reflectores: “El mudo, además de los personajes marginales de mis cuentos, soy yo mismo. Y eso quizás porque, desde otra perspectiva, yo sea también un marginal”.

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¿NARRADOR DEL SIGLO XIX?

La narrativa del Boom ha sido estudiada siempre a partir de los autores que han llenado los ojos del público, que han traspasado las fronteras nacionales y continentales, y que han sido apoyados por editoriales muy conocidas y poderosas. Pese a ello, aún cuando muchos de estos escritores han escrito cuentos de calidad, poco se les conoce por ese tipo de narrativa. Felizmente, muchos años después del triunfo del Boom, ya nadie duda de la importancia que tuvo el cuento en el despegue tan espectacular que tuvo la narrativa hispanoamericana desde los 50s. Ello, entre otras cosas, ha permitido que autores con una producción importante pero con poca distribución y propaganda hayan salido a la luz pública respaldados por editoriales de prestigio. Es el caso de Julio Ramón Ribeyro.

Nuestro compatriota coincide con sus colegas en apostar sus esfuerzos a una profesionalización de su labor literaria, pero él mismo es un agente atípico dentro de la globalidad del Boom por su negativa a aceptar y ensayar todas las novedades técnicas que proponían las literaturas europea y norteamericana de la primera mitad del siglo pasado. Se siente heredero de una tradición realista del siglo XIX hasta el extremo de haber sido denominado con cierta ironía “el mejor narrador peruano del siglo XIX”. Si no, basta con repasar las puntualizaciones de Donald Shaw acerca de las características técnicas novedosas más comunes en los escritores del Boom.

El estilo “ribeyriano” siempre fue clásico por la fineza con que constata los hechos humanos y por su lenguaje sutil, carente de voluptuosidades o retorcimientos. Pero aunque al principio no se salió notoriamente de los cánones del cuento realista ni experimentó mucho con las técnicas narrativas modernas, sí lo hizo después y bastante pronto.

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En buena medida, la narrativa de Ribeyro participa de ese impulso por desmarcarse, de esa imposibilidad de someterse a un pasaporte único, de esa irresistible disposición a pasar inadvertido. Diversidad y concentración son los signos de esa premura. En momentos en los que las novelas caudalosas y la ostentación formal recorrían las concurridas rutas del gusto editorial, Ribeyro apostó todo su capital literario a la brevedad del cuento y la administración escrupulosa del lenguaje: en su ligero maletín, sólo había espacio para lo esencial -convencido, como tantos escritores latinoamericanos de los cincuentas, de que las ciudades existen en la medida en que son narradas (los habitantes hacen y viven una ciudad, pero sólo los escritores las dotan de una segunda realidad, una dimensión perdurable).

Ribeyro aceptó el desafío de fundar la geografía literaria de la Lima moderna e indagar en sus posibilidades narrativas aún inexploradas. Sin embargo, para descifrar el mensaje caótico del territorio urbano, eligió un lente “distinto” al de sus contemporáneos. Al afán totalizador, la visión multifocal y heteróclita de los narradores del Boom (eso a lo que Ribeyro llamaba el “aspecto de nuevo rico” de la literatura latinoamericana), el autor peruano opuso la crónica mínima e intensa de los hechos comunes e insignificantes.

Julio Ram ¦n Ribeyro-06Julio Ramón Ribeyro invita a la compasión, al compromiso. Nadie más dedicado a perfeccionar su vocación. Nadie más entregado a la labor de rescatar y ponderar la voz de aquellos tan relegados de la sociedad como él mismo. Socialmente hablando, Ribeyro no fue ni un marginal, ni un paria, ni un apátrida. Por el contrario, estuvo en consonancia con el espíritu del ciudadano más necesitado de autonomía. Se hizo hermano de sangre del profesor frustrado, del cobrador de impuestos, del pintor desengañado. Hoy más que nunca, lo encontramos en un libro viejo, en una franca y débil sonrisa, en un abrazo solidario. Este mes se cumplen quince años de su partida de una tierra de sombras a otra -efeméride a observar, por cuanto Ribeyro es un autor querido y admirado. Callado con los labios, locuaz con la pluma. Hoy me atrevería a decirle: “No quiero difundir ningún rumor blasfemo, porque creo que tienes un sentido del humor enfermo y cuando muera espero encontrarte riendo”.

Jorge Antonio Buckingham

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